20.5.09

WITOLD GOMBROWICZ Y TOMÁS ABRAHAM


Escribe: Juan Carlos Gómez

“Te mando un abrazo ferdydurkiano y seguiré leyendo tu interminable búsqueda del polaco perdido, ¡abrazo y buen 2009! Tomás Abraham”.

De todos los hombres de letras hispanohablantes miembros del club de gombrowiczidas sólo hay cinco que han desarrollado hasta cierto punto una estructura de pensamiento para sacar a la superficie los misterios de Gombrowicz, a saber: el Vate Marxista, el Filósofo Payador, el Gnomo Pimentón, Revólver a la Orden y el Pato Criollo.

Cada uno a su manera ha puesto el énfasis en algunas de las características de Gombrowicz y elaborado una guía para encontrar una unidad entre la vida y la obra de este personaje fascinante. De estos cinco gombrowiczidas el más extravagante es sin duda alguna Revólver a la Orden al punto que a veces resulta contradictorio.

“Agrego que el único contacto que tuve con César Aira, fue cuando yo dirigía la revista La Caja y le pedí un artículo que rechacé. Me envió un relato filosófico de una simplicidad que me pareció infantil y que debía valer por su firma. La ideología de la revista era antifirma, no porque las firmas no valieran sino porque no valían por sí mismas. Me dijeron que Aira se sorprendió, actitud que sabe disponer con frecuencia. Es un hombre que sabe cómo, dónde, y especialmente cuándo sorprenderse”.

El contacto de Revólver a la Orden con el Pato Criollo es ambivalente, y de esta ambivalencia tuve que protegerme en una ocasión en la que el Pato Criollo me dio un consejo. La cosa es que el Zorro, de la Embajada de Polonia, me mordía los tobillos y me daba golpes en las costillas, quería que consiguiera participantes para la mesa redonda de la Feria del Libro en el año del centenario.

No le entraba en la cabeza cómo podía ser que todos se negaran, era un desaire para Gombrowicz, para los ponentes polacos y, en fin, para todos los polacos que vivían en la Argentina. El Pato Criollo, que se había retobado personalmente en las mismas narices del Zorro, me sugirió que, perdido por perdido, lo invitara a Revólver a la Orden, un filósofo escritor para el que no existían dificultades, pero no me atreví a tanto, me pareció un desatino de parte del Pato Criollo, casi con seguridad se proponía que yo introdujera en la mesa un participante que, por distinguiese del resto, podía despacharse con cualquier extravagancia.

Revólver a la Orden es filósofo, escritor y tiene un apodo muy adecuado a los servicios que presta.

En efecto, el periodismo lo suele consultar sobre los asuntos más variados. Un tiempo atrás respondía por radio a una consulta que le hacían sobre la veracidad de la medición del índice de inflación que hacía el gobierno y sobre la crisis argentina. Las respuestas fueron paradojales, como lo suelen ser las respuestas de este pensador profesional, la medición de la inflación podía no ser verdadera pero teníamos que estar a ella para evitar que nos sobrevinieran tiempos apocalípticos.

Este miembro connotado del club de gombrowiczidas tuvo una intervención rutilante en una de las pasadas Ferias del libro. Con su carácter categórico y versátil —que ejercita todos los jueves desde hace veinte años en una aquelarre filosófico que tiene un apartado llamado Gombrowicz en el que oficia de numen del Esperpento— les comentaba a los periodistas radiales que había presentado un libro sobre la pasada crisis argentina en la que cayeron en picada el principio de autoridad y la economía.

Se paseó con erudición por las ideas del pasado y del presente, afirmó que el negocio de la filosofía permanecía más o menos sin variantes desde hacía algunos años, dijo que Heidegger no era tan nazi como la gente creía pero sí era un cagón, y manifestó que había estado de acuerdo con el presidente de la Argentina hasta el momento en que se declaró un adalid de los derechos humanos al tiempo que le daba entrada a los años setenta como si hubieran sido el mismísimo siglo de Pericles.

Hasta aquí, nada de especial, los conductores del programa radial y el filósofo se despidieron cordialmente. Sin embargo, a los pocos minutos la radio pasó el comentario grabado de una oyente: —Soy Mercedes de Castelar, por qué no le dicen a ese filósofo que se vaya a la remil puta madre que lo parió.

Es curioso que a la casa de Gombrowicz puedan entrar con cierta facilidad personas que están dispuestas a opinar sobre cualquier cosa, como es el caso de Revólver a la Orden, y otras personas que no están dispuestas a opinar sobre nada, como es el caso del Pato Criollo. La intención de alcanzar la universalidad de los espíritus es un propósito deliberado de Gombrowicz.

No fue en el cristianismo que Gombrowicz alcanzó esta universalidad, pero algo milagroso ocurrió e hizo posible que personas tan distintas como el Pato Criollo y Revólver a la Orden pudieran entrar a la casa de Gombrowicz como si fueran hermanos.

La naturaleza policial y matemática de “Cosmos” atrajo la atención por algún tiempo de este filósofo multifacético.

“Cosmos” es un relato que tiene una extraña relación con las ciencias duras, especialmente en lo que concierne a los desarrollos de series y al análisis combinatorio, un asunto que ha despertado el interés no sólo de nuestro Revólver a la Orden sino también, y muy especialmente, el de Gilles Deleuze.

Las reflexiones que hace Revólver a la Orden sobre “Cosmos”, sin embargo, deben ser tomadas con cuidado en razón de las características teatrales con las que se manifiesta este filósofo gombrowiczida.

El caso de Gilles Deleuze es diferente. Deleuze habla de Gombrowicz en un curso que da sobre la confrontación entre Whitehead y Leibniz como un ejemplo del escritor que sale del caos haciendo series.

Para Deleuze, “Cosmos” es el desorden puro del que Gombrowicz sale organizando dos series diferentes, la de los ahorcados y la de las bocas. Después habla de la tonalidad afectiva fundamental de Leibniz y de la de Descartes, la tonalidad afectiva fundamental de Cartesius vendría a ser la sospecha.

La filosofía es para Deleuze el arte de formar, de inventar y de fabricar conceptos, una idea realmente interesante.

“Sólo hay una manera de salir del caos, haciendo series. La serie es la primera palabra después del caos, es el primer balbuceo.. Gombrowicz hizo una novela muy interesante que se llama ‘Cosmos’, donde él se lanza, como novelista, en la misma tentativa. ‘Cosmos’ es el desorden puro, es el caos, ¿cómo salir del caos? […]”.

“La novela de Gombrowicz es muy bella, muestra cómo se organizan las series a partir del caos, sobre todo hay en ella dos series insólitas que se organizan. Una serie de animales ahorcados, el gorrión ahorcado y el pollo ahorcado, y una serie de bocas, series que se interfieren la una con la otra y poco a poco trazan un orden en el caos. Es una novela muy curiosa que uno no habría terminado de leer si es que no se hubiera metido de cabeza en ella”.

Revólver a la Orden hace comentarios humorísticos en “Fricciones” sobre la actitud de algunos amigos de Gombrowicz respecto a las cartas que les había escrito, los hace con el propósito de restarle el aire sacro a cierto tipo de grandeza. Yo también hago comentarios humorísticos sobre Revólver a la Orden, así que debiéramos estar en paz.

“Gombrowicz es un escritor, un gran escritor testimonial. De su obra de ficción la que más me entusiasma es ‘Ferdydurke’, pero no hay como sus diarios y su labor crítica. Gombrowicz es el pensador más importante de la contracultura, del contramonumento, es el que mejor entendió la conducta de los intelectuales y artistas en los países periféricos, ese aspecto provinciano, centrado en su propio ombligo y anhelante por trascender en los países centrales. Polonia es argentina […]”.

“No tuve la desgracia de conocer a Gombrowicz, de todos modos no lo habría soportado, era demasiado inteligente y seductor. Aquellos que sí lo hicieron todavía hablan de él como la mejor anécdota de sus vidas”.

“[…] ‘¡Tengo una carta de Gombrowicz!’ gritan algunos. Gombrowicz le dio ‘forma’ a mi desprecio humorístico de la gente que cree que la cultura la hace mejor ser humano, sobre todo, más importante. Gombrowicz estudió las relaciones entre el poder y el símbolo mucho mejor que Bourdieu […]”.

“Gombrowicz y Schulz no se necesitaban, eran autónomos, se cruzaban y les daba nutrimento hacerlo. Schulz necesitaba todo, por eso parecía inexpugnable. Era imposible pisarle la cabeza porque se enterraba solo, pero tengo toda la sensación de que era un hombre diabólico. Detrás de un sumiso hay un fauno agazapado. Gombrowicz jamás le encontró la vuelta. Witoldo era un especialista en poses, es decir en pretensiones, Schulz aparecía con candor sin aspirar a nada, era una fortaleza de humildad, y, claro, talento”.

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