2.7.10

WITOLD GOMBROWICZ Y RAJMUND KALICKI


Por Juan Carlos Gómez

Mi relación con el Pequeño K tiene más de dos lustros de existencia, empezó en 1997 y padeció, como todas mis otras relaciones, algunos contratiempos. Es traductor, miembro de la redacción de la revista “Twórczosc”, y de vez en cuando se le mete en la cabeza que tiene que escribir, por esta razón ya tiene publicados algunos libros.

Existen dos compilaciones de testimonios argentinos sobre Gombrowicz: “Gombrowicz en Argentina” de la Vaca Sagrada y “Tango Gombrowicz” del Pequeño K, un libro que lleva el título del nombre que le puso el Asno a su testimonio.

“Ella no me quiere a mí por una envidia estúpida, porque sabe que mi ‘Tango Gombrowicz’ es mejor que su ‘Gombrowicz en Argentina’, y no digo esto para jactarme; mi selección es mucho más personal, más abierta, con emociones, y su versión de las cosas es seca, académica, más bien aburrida (por no decir ‘muerta’)”.

El Pequeño K está blasfemando contra la Vaca Sagrada, este Marco Aurelio moderno que odi profanum vulgus, sangra por la herida. Pero él dice que no, que él no es un escritor, por lo menos así nos lo quiere hacer creer.

“Aquí, en una realidad bastante burocratizada, opté por apartarme; soy misántropo, suelo repetir a menudo, es una enfermedad que no causa dolores y hasta da un cierto placer, casi aristocrático. Por la misma razón no me veo como escritor, de vez en cuando escribo algo, tal vez sea un traductor pero un escritor no, nunca. Por eso no me interesan los lectores ni los críticos. Puedo menospreciarlos. Si hago algo, lo hago tan solo para mí mismo. Soy dueño de mí mismo […] Es un tema bastante trillado —but it works”.

El Pequeño K se mueve en una dimensión desconocida para mí, es el amigo del que más sé y del que menos sé, a veces, Elías Canetti me ayuda un poco a comprenderlo.

“A medida que crece, el saber cambia de forma. No hay uniformidad en el verdadero saber. Todos los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los saltos del caballo en el ajedrez. Lo que se desarrolla en línea recta y es predecible resulta irrelevante. Lo decisivo es el saber torcido y, sobre todo, lateral”.

En la época en la que el Pequeño K traducía “El túnel”, el Pterodáctilo le escribía cartas que tenían un tamaño no mayor al de un boleto de colectivo, pero ahora Don Arnesto no lo recuerda.

¿Quién lo hizo?; —Kalicki, un polaco que te tradujo a vos y a Borges; —¿Y dónde vive?; —Vive en Polonia, claro, dónde va a vivir; —¿Y qué hizo?; —Se olvidó de traducir todo lo que le dije a Peicovich sobre tu relación con Gombrowicz; —¿Sabés?, seguramente lo hizo por algún resentimiento; —¡Pero qué resentimiento ni qué pelotas, lo hizo porque es un boludo!; —¿Quién es un boludo?; —Kalicki es un boludo; —Ah, ¿y quién es Kalicki?

El Pequeño K es muy orgulloso, una debilidad que yo aprovecho para mortificarlo, para herirlo en la carne viva. Él responde desde lo alto y con gallardía, me ignora en forma olímpica, pronuncia palabras apodícticas llenas de desprecio hacia el vulgo y se esconde detrás de los siglos.

“La jerarquía es la hija primogénita y preferida del Absoluto y por eso no cualquiera puede darle palmadas en el culo. El vulgo tiene preferencias poco individualizadas, mide la calidad por los aplausos, no creo que dentro de dos o tres generaciones sigan leyendo a Joyce con tanta emoción como hace años, en cambio Marco Aurelio perdurará dos mil años más, ¡qué raras son las cosas sin pretensiones! Odi profanum vulgus et arceo también tiene dos mil años”.

De vez en cuando me convierto en un poseso, el diablo se apodera de mí para transformarme en un íncubo endemoniado que desea tener comercio carnal con alguna polaca pero, como no puedo tener ese comercio, me veo obligado a descargar ese impulso malsano que me domina por completo en alguna persona.

El Pequeño K me venía anunciando desde hacía algún tiempo que en el “Diario patagónico” me elevaba a alturas increíbles así que le pedí a la Madame du Plastique que me tradujera los pasajes en los que se refería a mí, exclusivamente a mí, y esto por dos razones importantes: para ahorrarle trabajo a la polaca, por un lado, y para evitar un contacto prolongado con la forma de escribir del Pequeño K, por otro.

La Madame du Plastique me tradujo una docena de líneas y de lo primero que me enteré es de que el Pequeño K me estaba presentando en su libro como un gordo barrigón medio bajo que le gritaba a los periodistas como un energúmeno. Me quedé esperando las siguientes líneas a ver cómo se las arreglaba ese degenerado para elevarme a esas alturas increíbles, pero, nada, la Madame du Plastique enmudeció, pasó una semana sin dar señales de vida.

Ese tiempo fue más que suficiente para que se formara dentro de mí un estado de cólera incontenible, no sé si éste no habrá sido justamente su propósito, a lo mejor resulta que es una mujer perversa a pesar de que va a misa todos los días, o también podría ser que el demonio se hubiera apoderado de ella y la hubiera convertido en un súcubo así como a mí me había convertido en un íncubo.

La cuestión es que no me quedó más remedio que tratarlo de contrahecho, reptil, cínico, desfachatado, payaso, gusano y víbora mientras le daba, y para toda la eternidad, cristiana sepultura al “Diario patagónico”. Como yo no soy el hijo del dueño, es decir, no dispongo de las facilidades que tiene él de hacerse publicar cualquier cosa, decidí bautizarlo por los siglos de los siglos con el mote de Pequeño K.

“[…] te diré que en mi ‘Diario patagónico’ sos mi hermano mayor […] Salió así y me quedé sorprendido pero ya no tenía ganas de desarticular la cosa, de romper un todo que tiene sus ritmos y sus misterios […] Creo que mi diario tendrá una vida más o menos larga aunque no para muchos. Exige imaginación y cierta preparación intelectual, yo soy parco en palabras […]”.

“Y cuanto más hablo yo en el diario menos convincente me vuelvo. Y vos creciendo. Y ahora, boludito, date cuenta de mi grandeza espiritual y de mi generosidad: cuando advertí que las cosas en mi texto ocurrían así, no modifiqué nada. Sí señor, para ser grande hay que achicarse un poco (¡Vos sos grande por grande y yo por generoso!) Y la despedida sí que me salió como una obra maestra, muy pausada, muy conmovedora […]. Sí, en mi texto te reprocho benignamente que sos monotemático y tautológico, pero, ojo, todo esto para elevar tu originalidad artística. Porque sos un artista y a la vez una obra artística viva, caminante, respirante. Una obra maestra en su categoría”. Este elogio tiene algo de irreal, pareciera que el Pequeño K me estuviera diciendo: te doy para que me des, en todo caso resulta claro que tiene algo de ridículo y de falso, es un elogio calculado, arrogante y de una falsa modestia cuando se compara conmigo.

A pesar de todas sus diferencias los polacos se unen en Gombrowicz, pero recientemente se ha producido un cambio muy importante, y según parece el Pequeño K había previsto ciertos acontecimientos que dan cuenta de un giro siniestro de la historia, un giro muy negativo a los que está muy acostumbrada Polonia.

“La suerte de Gombrowicz corre ahora un peligro enorme, está entre la espada y la pared, por un lado los curas y por otro lado los admiradores, todo esto va a terminar mal. ‘Ferdydurke’ se ha convertido en una lectura obligatoria en los colegios y con el tiempo lo van a banalizar por completo, jodiendo con su obra, simplificándola y convirtiéndola en un lugar común. La única salvación sería prohibir su lectura en todo el país por una o, mejor, dos generaciones”.

Cuatro años después de que el Pequeño K escribiera estas palabras proféticas, los comandantes de esa región de Europa que en la antigüedad se llamaba el País a las orillas del Vístula, los Gemelos Pimentones, prohibieron la lectura de la obra de Gombrowicz en todos los colegios de Polonia.

De cómo escriben los polacos sobre Gombrowicz poco puedo decir porque no conozco el idioma, pero lo poco que conozco no es bueno. La Vaca es un gombrowiczólogo que, como muy bien dice el Viejo Vate, lo plancha a Gombrowicz, escribe para los congresos, para las editoriales y para el público y quiere quedar bien con todo el mundo. El Pequeño K no es gombrowiczólogo, pero también lo plancha, sus textos están dictados por la falta de esfuerzo, por la ligereza y por la pereza, Gombrowicz se hace humo entre sus manos.

El Viejo Vate es otra cosa, es un poeta. En el número de noviembre de “Twórczosc” comenta el “Diario patagónico” del Pequeño K, y otra vez habla de mí.

“Las opiniones de Kalicki sobre Gombrowicz se deben tal vez a su espíritu de contradicción, especialmente para con Juan Carlos Gómez quien es para mí el más importante exégeta de Gombrowicz entre los escritores vivientes de todo el mundo. Ningún espíritu científico puede competir con él teniendo en cuenta su unión espiritual muy particular con el maestro y sus competencias intelectuales tan singulares de las que surgió como prueba sugestiva su brillante e insuperable trilogía gombrowicziana publicada en ‘Twórczosc’ (2004). Uno no llega a entender por qué esa trilogía no ha despertado interés en ningún editor de la patria del gran escritor a quien los manipuladores de la autoridad nunca podrán esconder ni destruir”.

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