12.9.10

WITOLD GOMBROWICZ, RAFAEL CIPPOLINI Y MARCELO DAMIANI


Por Juan Carlos Gómez

El Cebollita es un distinguido integrante del club de gombrowiczidas al que conocí junto al Aceitoso en el Centro Cultural de España cuando el Bucanero tiró la casa por la ventana para presentar “Cartas a un amigo argentino” en una noche memorable.

Siempre aparecían juntos, llegué a pensar que eran una pareja, pero en lo que respecta a Gombrowicz andaban detrás de cosas diferentes, el Aceitoso detrás de la correspondencia y el Cebollita detrás de la traducción de “Ferdydurke”.

El Porcus Hungaricus, por aquel entonces un sombrío profesor de Literaturas Eslavas de la Universidad de Barcelona y director de la revista “Lateral”, le pidió al Aceitoso que se pusiera en contacto conmigo después de la aparición de “Cartas a un amigo argentino” pues tenía interés en publicar parte del epistolario y un reportaje que tenía que hacerme el Aceitoso.

Tuve algunos encuentros con el Aceitoso, en uno de ellos con mucha mala suerte pues se le ocurrió regalarme un libro suyo dedicado. A pesar de todo eran más los entretenimientos que los disgustos pues el Aceitoso sabía jugar al ajedrez. Nos pasábamos las horas jugando, era muy buen jugador y me ponía en aprietos, estábamos postergando el reportaje para el final pero finalmente el Porcus Hungaricus le puso un plazo perentorio.

Para salir del apuro, yo no estaba muy inspirado que digamos para hacer un reportaje con el Aceitoso al que consideraba un don nadie, se me ocurrió darle los reportajes que ya me habían hecho Cristina Mucci, Roberto Alifano y Esteban Peicovich. Tan mal no le salió, aunque se le notaban las partes pegadas, pero al lado de algunas cartas de Gombrowicz y de otras mías que aparecieron el la publicación del Porcus Hungaricus, pasó desapercibido.

El Pterodáctilo y el Buey Corneta presentaron en el Centro Cultural de España “Cartas a un amigo argentino”, y debieron hacerlo junto al Asno, pero como el Asno no pudo venir desde Tandil le escribió algunas cartas al Cebollita.

“[…] me imagino a Gómez hablando sin parar y riendo a carcajadas. Una vez me salvó la vida porque estaba en un hospital con un ataque de hipo que me impedía tomar los remedios que me salvaron la vida, y sólo de verle la cara, el ataque de risa (en el borde de la muerte) me quitó el aterrador hipo que duraba tres días. […] Creo que el joven Alan lo va a sobrellevar. Horas con Arnesto no son tan malas como horas con Goma. […] Yo apuesto a que Goma no parará de hablar. Que todo sea a la mayor gloria de Witoldo. […] Él era el interlocutor filosófico de Witold, encarnó la voz antagónica del diálogo en presencia del viejo. […] Yo mantuve una distancia que Witold siempre advirtió y tal vez respetó más allá de las chicanas y las bromas. Goma fue más generoso […]”.

Como el Cebollita, a pesar de sus desvaríos patafísicos, quería aparecer como un escritor serio y muy documentado, me pidió ayuda para escribir una nota sobre la traducción de “Ferdydurke”.

Saqué copias de algunas páginas del “Gombrowicz íntimo”, la versión española pirata de “Gombrowicz en Argentine” de Marcos Ricardo Barnatán que apareció en 1987, y concerté un encuentro con el Cebollita en el Centro Cultural Borges, quería retribuirle la gentileza que había tenido conmigo copiándome las cartas que le había escrito el Asno.

Pero el Cebollita me jugó una mala pasada y faltó a la cita. Se me ocurrió pensar que se estaba vengando seguramente de algo que le había hecho yo, como se vengaba Gombrowicz del Asno en Tandil cuando el Asno le hacía bromas pesadas, pero como no sabía de qué se estaba vengando lo mandé a la mierda que lo parió.

Pasó el tiempo y la vida volvió a reunirnos junto al Esperpento en una mesa redonda del Malba a la que dieron en llamar “Gombrowicz y los argentinos”.

El título de la ponencia del Cebollita, no podía ser de otra manera, tenía que ver con el contenido de los documentos que me había pedido a mí: “La traducción al castellano de ‘Ferdydurke’ es un mito porteño”.

El conocimiento que mostró en la disertación sobre este asunto no puede superarse, está a la altura de las mejores exposiciones.

“Son muchos los que coinciden en que Gombrowicz conocía ‘Ferdydurke’ absolutamente de memoria. Hace apenas unas horas, Juan Carlos Gómez (más conocido en los círculos gombrowiczianos por su apodo, ‘Goma’) volvió a narrarme minuciosamente la portentosa escena […]”.

“El polaco ofrecía a su nuevo interlocutor (fuera quien fuese) la edición argentina de su novela y le exigía que buscase y optase por tres palabras cualesquiera, pero consecutivas; el desafío, curiosamente, era pare él mismo: se obligaba a responder con exactitud la página en cuestión, ahí donde el desafiado subrayaba su arbitrio. Parece ser que lo hacía por dinero y casi nunca se equivocaba […]”.

Así empezó el Cebollita una exposición muy documentada que cautivó a un público entusiasta. La cantidad de enlaces que estableció para explicar esta traducción de “Ferdydurke” fue muy grande, vasta nombrar el elenco de hombres de letras que aparecieron en su discurso: Virgilio Piñera, Humberto Rodríguez Tomeu, Adolfo de Obieta, Luis Centurión, Manuel Gálvez, Eduardo Mallea, Arturo Capdevila, Lafleur, Roger Plá, Antonio Berni, Carlos Mastronardi, Coldaroli, Jorge Calvetti, Ernesto Sabato, Raimundo Lida…

Y remató la conferencia haciendo mención a las segundas partes que, según todos sabemos, nunca fueron buenas.

“Cuando hacia 1964 la Editorial Sudamericana decide sumar a su catálogo la novela que es un éxito en Francia desde su publicación en 1958, Sabato vuelve a embestir y aconseja reemplazar la histórica traducción por una nueva. Juan Carlos Gómez, militante ferdydurkista desde 1956, año en que conoció a Gombrowicz en la Rex, le escribe a Vence, donde reside, anoticiándolo de la intención sabatina. El polaco responde de inmediato, defendiendo la labor del Comité: a fin de cuentas, no hacía otra cosa que defender su memoria. Miles de palabras en su lugar exacto”.

Yo mismo estaba deslumbrado con el conocimiento del Cebollita, pero hacia el final de la mesa redonda ocurrió algo que me hizo dudar sobre si la seguridad con la que hablaba el expositor tenía un buen fundamento.

En efecto, el Cebollita le estaba comentando a una parte del público que se le había acercado para felicitarlo, algunos de los contratiempos padecidos por Gombrowicz mientras administraba justicia en los tribunales de París.

Alrededor de Gombrowicz suelen formarse algunas confusiones aunque no sé si alguna alcanza la altura de ésta en la que el Cebollita lo pone a Gombrowicz administrando justicia en los tribunales de París, pero hay una que le pasa raspando.

Gombrowicz y el Asno hacen un viaje a Montevideo y van a una conferencia que da Dickman en la Asociación de Escritores. En la sala flota en el aire la cortesía, la banalidad y el aburrimiento. Paulina Medero preside la sesión: —Tenemos el honor de presentar al señor Gombrowicz a quien saludamos; quizás quiera decirnos unas palabras; —Bien, Paulina, pero de hecho ¿qué es lo que he escrito? ¿Cuáles son los títulos? Dickman acude en auxilio de Paulina: —Yo sé, Gombrowicz publicó una novela en Buenos Aires traducida del rumano, no, del polaco, “Fitmurca”… no, “Fidefurca”. Se produce un malestar generalizado.

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