8.2.11

SEIS PREGUNTAS A BASILIO SÁNCHEZ


Por Vladimir Herrera

Quien ya se perfila como uno de los grandes poetas españoles del momento responde a estas seis preguntas de Vladimir Herrera para la Laguna brechtiana. Las que se resolvieron durante diciembre del 2010 y enero del 2011. Atentos debieran estar a sus respuestas los poetas jóvenes de este mundo y el otro. La poesía no engaña.


1. Basilio, dime cómo has vivido sino personalmente, familiar e históricamente la Guerra Civil. Las nuevas generaciones en la América española no tienen una idea cabal de esa parte de la historia. Los mismos lectores de Vallejo aquí la pasan por alto.

Cuando nací, en 1958, ya habían transcurrido casi veinte años desde el final de la guerra civil. Cáceres fue una de las primeras ciudades tomadas por los rebeldes y sin apenas resistencia, por lo que los únicos recuerdos que mis padres me transmitieron fueron los de algunos bombardeos aislados y los de las sirenas empujando a la población a protegerse bajo los soportales de las plazas. Tras las estrecheces generales de los primeros años de postguerra, mi familia pudo mantener, a través del comercio del calzado, ese tipo de vida normalizada que el franquismo se encargó de promover en los años siguientes en una clase media poco desafecta y deseosa de una paz sin ambages. Como en otros muchos de mi generación, no fue hasta la adolescencia, coincidiendo con los últimos años del régimen, cuando se despertó en mí eso que llamamos conciencia social y pude a empezar a comprender la dimensión verdaderamente trágica de la contienda, con sus enormes repercusiones en una convivencia aparentemente pacífica, pero radicalmente injusta, desvaída y mutilada en sus valores humanos, culturales y estéticos. Mis padres, con inclinaciones artísticas, siempre supieron comprender y alentar estas inquietudes que a través de mis lecturas, mis amistades y mis viajes llegaban hasta ellos para invertir el mundo que hasta entonces habían conocido.

2. Soy amigo de antiguo de Javier Gómez de Pablos quien fuera médico de Carlos Barral en sus últimos años. A quien frecuentábamos en la época de La Espineta de Calafell. Para Gómez, la desaparición de Barral fue un trago duro de roer. Por eso siempre me han inquietado ustedes los médicos poetas o los poetas médicos. Y mucho más cuando son poetas de calidad como tú. ¿Cómo llevas todo eso?

En algún poema he escrito que en mi casa hay un metro cuadrado para el hombre que escribe y para el que no escribe. Digamos que el médico y el escritor conviven, pero no se mezclan. Intento que los médicos no me tengan por un buen poeta y los poetas por un buen médico. Es más, siempre he evitado hacer mención a mi profesión en las publicaciones literarias por el temor a que el simple hecho de hacerlo me convirtiese en un amateur, en un advenedizo, o en lo que es aún peor, en un autodidacta. Me estoy curando poco a poco de este complejo y estoy empezando a apreciar lo que la medicina y la poesía han podido aportarse en mí mutuamente.

Cuando a Miguel Torga le preguntaban por qué había tantos escritores médicos, solía responder que no era porque la medicina los produjese, sino que ésta se limitaba, sencillamente, a conservar este don en los que habían nacido con él, que no es poco; que al contrario de otras profesiones, que ahogan en el individuo el espíritu de aceptación y comprensión de sus semejantes, la medicina los favorecía, los preservaba.

Quizá la medicina, mi relación diaria con el dolor y la enfermedad, estén en la raíz de una escritura que para mí es un lugar de acogida y de resistencia. Es posible que la poesía, a su vez, haya moldeado de alguna manera, con ese espíritu de aceptación y comprensión del que hablaba Torga, mi relación con los enfermos. En cualquier caso aspiro a ser un buen médico en mi hospital y un poeta respetable entre los que aman la literatura.

3. Naciste el mismo año en que la TV venía al mundo para quedarse. Cuéntame cómo estas asumiendo el mundo digital y todo lo que se viene.

He dicho en algún lado que aunque mi mano derecha no sabe muchas veces lo que hace la izquierda, Google sí lo sabe. Nada se le escapa de nuestras miserias literarias, de nuestras vidas presumiblemente anónimas. Internet es un ojo, pero también una gran ventana a través de la cual se puede ver no una simple parcela de la realidad, sino el mundo entero. Los mapas se han modificado, la geografía ha desaparecido: ya no existen escritores periféricos, sólo escritores desconectados. Leer poesía ya no es un problema ni económico ni de latitudes, y esto es bueno; pero sigo prefiriendo el poema impreso al poema parpadeante de una pantalla, hecho de menos la alegría cotidiana del cartero y añoro, por encima de todo, la vigencia de unas relaciones personales en las que el tacto, las miradas y las modulaciones de la voz les confieran a las palabras el sentido que les corresponde, el calor de un acercamiento sin fisuras.

4. La novela contemporánea como género siempre me ha parecido algo espúreo, sublime sí, y hasta de raigambre poética como la que hacen algunos amigos, pero nunca cabal. Quiero decir que no me imagino a Claudio Rodríguez escribiendo novelas. Y mucho menos a Gamoneda. Dime tú, poeta, qué has aprendido de la novela contemporánea.

Lo que la prosa piensa del poema no es lo que se imagina el poema de la prosa. Envidio a los narradores, su capacidad para utilizar áreas del cerebro que yo no uso, para ordenar su pensamiento atendiendo a los códigos de un gen del que carezco. Cuando alguno de los poetas que frecuento se aventura en la novela, me siento traicionado en mi propia naturaleza, ofuscado en mi tribu.

Pero quizás haya aprendido más de los narradores que de los poetas —ya se sabe que lo poético no es patrimonio exclusivo de la poesía—, y los leo con fruición porque me gusta que me cuenten historias, porque puedo admirarlos sin que se resienta mi amor propio, y porque después de la tensión de un verso que se resiste, me gusta tumbarme boca arriba sobre el lecho mullido de un texto bien escrito, ilimitado en sus matices, poderoso en su capacidad para generar su propia vida.

5. Tú allá en Cáceres y yo al borde de esta transoceánica que llega del Brasil, en Urcos convivimos con el portugués en términos de sensibilidad y lengua. Recientemente ando maravillado con la obra de Antonio Ramos Rosa. ¿Crees que en algún momento dejemos de darle la espalda a la cosa lusitana. O que las aguas de Portugal y España se junten en este trópico utópico de versos amazónicos en portuñol?

La relación que tengo con Portugal es la que uno puede tener con su infancia cuando ésta ha sido razonablemente dichosa. El azul machadiano de mis primeros años es el azul violento del Atlántico y el azul desvaído de los dinteles de las casas de Figueira da Foz, en cuyas calles la luz de los veranos y la sombra inquietante del que pude haber sido se mezclaron definitivamente para convertirme en el que soy. Por su geografía, Extremadura está abocada a Portugal, y esto es un privilegio. La riqueza de los lugares fronterizos radica en el intercambio, que siempre es mutuo; en la suma, que a uno y otro lado se convierte en multiplicación. Por eso no hablo tanto de mestizaje, como de convivencia, de superposición de identidades, de la necesidad de compartir nuestras esencias sin perderlas. El tránsito a través de nuestras fronteras debería incluir como equipaje la predisposición para el asombro y la humildad respetuosa del que irrumpe como invitado en la morada del otro. Entre nosotros, la figura del poeta Ángel Campos, (traductor, entre otros muchos, de Ramos Rosa), ha sido sustancial para el restablecimiento de una relación de normalidad cultural a ambos lados de la Raya, saldando así una deuda que arrastrábamos desde siempre.

6. Los poetas provincianos como tú o yo, terminamos siendo radicalmente cosmopolitas sin quererlo para envidia de los indígenas de las grandes ciudades. En Chile se hablo en algún momento de los poetas láricos: Teillier o Rolando Cárdenas. Que eran poetas provincianos en pleno viaje interior. En su poesía veo la misma patria de la infancia que en la tuya. ¿Tú crees en la patria de la infancia?

Todos los poetas, incluso los que no somos estrictamente elegíacos, escribimos para compensar una carencia, restituir una pérdida, darle sentido a algo que ahora no lo tiene, pero que pudo haberlo tenido. Expulsados de una patria, la de la infancia, en la que se supone que pudimos ser felices, la escritura es un vagar interminable alrededor de sus murallas, y esto nos convierte a todos por igual en periféricos.

Nadie nace cosmopolita, en origen todos somos provincianos. Desear seguir siéndolo para permanecer cerca de lo que importa, es sólo una de las opciones por las que podemos optar, pero que define una forma particular de ser y de escribir.


* Tomado del blog Laguna Brechtiana.

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