11.4.11

WITOLD GOMBROWICZ Y ARTHUR SCHOPENHAUER


Por Juan Carlos Gómez

La contemplación como un juego superior a la vida da hermosos frutos en las concepciones que tiene Schopenhauer sobre la música, la risa y la belleza.

“Por consiguiente, la música no es en modo alguno la copia de las Ideas, sino de la voluntad misma, cuya objetividad está constituida por las Ideas; por esto mismo, el efecto de la música es mucho más poderoso y penetrante que el del resto de las bellas artes, pues éstas solo nos reproducen sombras, mientras que ella, esencias”.

Reír resulta agradable porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo, la forma natural del conocimiento inseparable de nuestro ser animal, sobre el pensamiento abstracto. Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de comprender todas las variantes que presenta la realidad.

Es placentero ver perder a la razón de vez en cuando, derrotar a ese dominio severo, perpetuo y molesto. Ésta es aproximadamente la idea que tiene Schopenhauer sobre el origen de la risa. Gombrowicz mezcla la seriedad con la ligereza para hacernos reír a nosotros y para provocarse la risa a sí mismo.

El descubrimiento temprano e inocente de la belleza que hace Gombrowicz no siguió un camino recto porque la belleza suele estar encarnada en el sexo y en el cuerpo.

Los intentos que hizo Schopenhauer para desexualizar la belleza no tuvieron éxito ni siquiera en Gombrowicz. Para el alemán el cuerpo más bello era el del hombre y sólo por la atracción sexual nos parecía a los hombres más bellos el cuerpo de la mujer. Pero Gombrowicz quería encontrar una tercera vía en todo lo que concierne a la creación.

“[…] Si Schopenhauer considera conmovedora la curiosidad con la que dos jóvenes de sexo diferente se contemplan buscando en el otro la madre o el padre de sus futuros hijos, la mirada crítica con la que se analizan dos jóvenes artistas en su primer encuentro, tampoco está desprovista de un significado profundo e íntimo. Cada uno ve en el otro a su rival y desea comprobar las ventajas que tiene sobre él, averiguar si su valor espiritual y su forma son suficientes para no sucumbir […]”.

La contemplación era para Schopenhauer el alfa y la omega de toda su inspiración filosófica. Se puede escribir sin pensar, se puede leer sin pensar, pero no se puede pensar sin pensar, una consecuencia directa a la que nos lleva la contemplación. Hay hombres que piensan contemplando el mundo, y otros que necesitan leer un libro para pensar, para poner en claro este asunto vamos a ver qué hacían los griegos.

Los griegos leían bastante poco, había mucho menos gente de la que hay ahora, y a muy pocos de la poca gente que había se le ocurría escribir.

Escribían sólo cuando le venían cosas importantes a la cabeza, no como ocurre ahora, además Gutenberg aún no había hecho su entrada triunfal con su máquina infernal de imprimir. En un principio los griegos tenían tan solo el problema de pensar, poco a poco se le fueron agregando los de escribir y los de leer.

Por esta razón el mundo de ellos fue al comienzo más simple y originario, el nuestro en cambio se ha vuelto más complejo y mediado. Si Gombrowicz hubiera vivido en la Atenas de aquel entonces se hubiera contrariado un poco, seguramente no habría encontrado tantas cosas contra las que protestar.

Schopenhauer había heredado de su padre la energía de la voluntad y el orgullo, y de su madre la penetración intuitiva y la flexibilidad de la expresión. Lo mismo se podría decir de Gombrowicz, pero ésta es una condición bastante común de los hijos de familias acomodadas pues el padre es el que gana el dinero y la madre es la que lo gasta. Schopenhahuer tenía una gran devoción por su padre, en la segunda edición de su obra fundamental, “El mundo como voluntad y representación”, aparece una tierna dedicatoria en la que le manifiesta su gratitud por haberle proporcionado una posición independiente y ha cubierto de las humillaciones de la miseria.

Las relaciones con su madre, en cambio, no eran buenas, hasta podríamos decir que eran bastante malas.

“Es necesario para mi felicidad, saber que tú eres feliz, pero no es preciso que yo sea testigo de tu dicha”.

Este es el fragmento de una carta que le escribió la madre al anunciarle el hijo que se proponía volver a la casa de Weimar. Cuando Schopenhauer le leyó el título de su obra “La cuádruple raíz del principio de razón suficiente”, la madre le preguntó si era un libro para boticarios: —Mi libro se leerá cuando de los tuyos quede, si acaso, algún ejemplar en la covacha de un trapero; —De los tuyos quedarán las ediciones enteras.

Schopenhauer toma como base de su pensamiento al criticismo kantiano para desarrollar su filosofía, sin embargo, sostiene que con la introspección es posible acceder al conocimiento esencial del yo, ese ser en sí que para Kant no se podía alcanzar con el conocimiento.

Identificó este principio metafísico como voluntad de vivir, sosteniendo que una y la misma sustancia animaba realmente la aparente pluralidad de las criaturas. Redujo las doce categorías del sistema kantiano a una sola, el principio de razón suficiente o de causalidad.

El concepto de voluntad se refiere a un fundamento de carácter metafísico cuyo correlato sensible es el mundo fenoménico. El mundo de los fenómenos está sujeto al tiempo y al espacio por el principio de individuación y a la ley de causalidad, es la voluntad misma objetivada a la que Schopenhauer llama representación. La voluntad se manifiesta en el mundo desde una simple piedra hasta el mismísimo hombre en quien alcanza su grado máximo de expresión porque adquiere la forma del deseo constante, en cuyo único caso se identifica con la noción corriente de voluntad.

La voluntad misma, sin embargo, no es otra cosa que una afán ciego, un impulso carente de fundamento y motivos. Esa voluntad está lejos de los conceptos vacíos del absoluto, del infinito, de la idea, es el fundamento y la base de toda explicación, es el núcleo de la realidad misma.

En la medida en que la voluntad se expresa en la vida anímica del hombre bajo la forma de un deseo continuo siempre insatisfecho, toda esa vida será entonces esencialmente sufrimiento. Y aún cuando el hombre consiga mitigar o escapar momentáneamente al sufrimiento, termina por caer en el insoportable vacío del aburrimiento. De ahí que la existencia humana sea para Schopenhauer un constante pendular entre el dolor y el tedio, un recorrido que la inteligencia sólo puede anular a través de fases que conducen a una negación consciente de la voluntad de vivir.

Reconoce como válidas tres alternativas para esta negación consciente: la contemplación de la obra de arte como acto desinteresado; la práctica de la compasión; la autonegación del yo mediante una vida ascética.

Schopenhauer fue el pensador que le dio a Gombrowicz la noción más acabada para organizar el mundo en una visión. La contemplación es un juego superior a la vida, el artista contempla el mundo y se maravilla como un niño, en forma desinteresada. Schopenhauer construye una teoría artística que deslumbra a Gombrowicz como lo manifiesta en el curso de filosofía que dio en Vence dos meses antes de la muerte.

“El arte nos muestra el juego de la naturaleza y de sus fuerzas, es decir, la voluntad de vivir […]”.

“¿Por qué nos encanta el frontispicio de una catedral y una simple pared no nos interesa? Porque la voluntad de vivir de la materia se manifiesta en la pesantez y en la resistencia. La pared no expresa el juego de estas fuerzas porque cada una de sus partículas pesa y resiste a la vez. Mientras el frontispicio de la catedral muestra a esas fuerzas en acción: las columnas resisten y los capiteles pesan”.

El pensamiento de Schopenhauer es aristocrático hasta la médula, por eso distingue la inteligencia mediocre de la inteligencia superior. La inteligencia mediocre es como una linterna, ilumina sólo lo que busca; la inteligencia superior, en cambio, es como el sol, lo ilumina todo. El genio no puede vivir en forma normal, el artista, cuando alcanza el grado de la objetividad y del desinterés, tiene siempre que enfrentar como obstáculos a las enfermedades y a las anormalidades.

Beethoven era un ser desgraciado, pero supo expresar en su arte la salud y el equilibrio porque no los tenía. Gombrowicz atribuía a esta antinomia la máxima importancia. El artista debe compensar sus desórdenes con la disciplina y el rigor.

“La filosofía de Schopenhauer es más que una filosofía, es una intuición y una moral. Se indignaba porque en una isla del Pacífico las tortugas del mar salían cada año del agua para procrear en la playa donde los perros salvajes de la isla las daban vuelta y las devoraban. He ahí la vida, esto es lo que cada primavera se repite en forma sistemática desde hace milenios. La filosofía de Schopenhauer no es popular, es tremendamente aristocrática, y de ella no se pueden sacar consecuencias políticas, como de la de Hegel o la de Sartre. Para mí es un misterio que libros tan interesantes como los de Schopenhauer y los míos no encuentren lectores”.

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