14.7.11

MEMORIAS DE UN TIPÓGRAFO. MANIFIESTO. EN EL CENTENARIO DE EMILIO ADOLFO WESTPHALEN


Trabé amistad con André Coyné en el otoño de 1975 en Lisboa. Yo le había llevado la edición máxima, hasta ese entonces, de los escritos sobre Vallejo de Editorial Taurus que Julio Ortega me enviaba para él. Por casualidad la amiga en cuyo Citroen dos caballos llegué a Lisboa también era amiga de él. Por tanto el aprecio y la amistad junto con los paseos y el acercamiento a los poetas portugueses amigos de Coyné y nuestras conversaciones sobre Lima fueron el centro de aquella mi estadía en Portugal. De aquel entonces data mi posesión de Trafalgar Square (Editions Tigrondine, 1954), y Amour à mort (París 1957). Años más tarde, Coyné también me obsequió Le chateau de grisou (México, 1943).Eran las publicaciones de Cesar Moro que Coyné había guardado con cariño.

Durante casi todos los ochentas con Helena Usandizaga frecuentamos a Coyné en Barcelona, a dónde acudían en la primavera como a una gran ciudad tanto él como Américo Ferrari. Uno venía de Montpellier y el otro de Ginebra. Por aquella época publiqué en Editorial Auqui La fiesta de los locos de Américo Ferrari, libro que, inscrito en la Edición de El Bardo de su poesía completa, nos dedica a Usandizaga y a mí.

Fue en el otoño del 88 que Coyné nos vino con la novedad de los poemas hallados de Emilio Adolfo Westphalen entre una carpeta de poemas suyos L’oeil obèse en Montpellier y, puesto que conocía mi trabajo y mi taller de la calle Madrazo, me propuso la publicación de ese material westphaliano en forma de libro con un prólogo suyo que da fe del avatar de aquellas letras. Y así fue. Acordamos que el nombre del libro lo pusiera yo y no se me ocurrió otra cosa que prenderme del primer verso del primer poema: Cuál es la risa. El libro salió a la luz de la primavera de 1989 junto con el de Coyné: Fe de errores. Fue mi madre quien llevó los ejemplares de las dos ediciones a Lima y los entregó en las manos a Westphalen. El mismo que dada la naturaleza de la publicación y su carácter artesanal y esencialmente tipográfico me envió una postal juguetona y agradecida que conservo en la calle Madrazo.

El año 90, luego del nacimiento de mi primera hija, tuve la suerte de encontrar a Westphalen en Salamanca alrededor de una mesa en la que también estaban Gonzalo Rojas y la hija de Emilio, Silvia, que llegaba de Portugal. Emilio hablaba de la catedral de Ávila y más precisamente de sus estatuas extrañas mientras Gonzalo Rojas carraspeaba y se burlaba del tiempo. En tanto que yo me recuperaba del susto de haberme topado con María Kodama, la viuda de Borges, mesas arriba. Aquella tarde tuve entre mis manos las fotocopias de Falsos rituales y otras patrañas, que tiempo después publiqué en Barcelona en edición mínima de abanico, en papel Archès. Seis ejemplares: tres que llegaron a Lima y tres que mantengo a buen recaudo.

Se puede notar entonces que en ningún momento E. A. W. estuvo en desacuerdo con mi edición de Cuál es la risa y muy por el contrario, un año después en Salamanca me hizo conocer Falsos rituales Cuento esto para curarme en salud dada la incuria del tiempo y el acecho de los parientes pobres del diablo que sobre todo en Lima abundan.

Vladimir Herrera.
Ranhuailla, 9 de julio del 2011.


*Tomado de Laguna brechtiana.

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