22.8.11

ARGUEDAS DESPUÉS DE TANTAS PALABRAS


Por Juan W. Yufra

A nadie le agrada que le revelen el otro mundo; peor aún si es el mundo del Otro. Y esta disyuntiva del discurso crítico, como se sabe, sólo nos acerca a la realidad alterna de su lenguaje y a su representación. Si construimos un concepto de cultura hegemónica a imagen de las palabras heredadas, ¿qué decir de las cosas que están fuera del alcance de nuestra comprensión? ¿A dónde nos lleva la metáfora de su existencia?; ¿por qué dicha alteridad de las cosas que añadimos a nuestra visión del mundo y a nuestra historia permite ahora justificar y aprehender lo que antes fue inasible para otros, excepto para José María Arguedas?

La videncia del escritor postmoderno se sitúa en un punto de quiebre perpetuo pues resemantiza los signos que giran en torno a su lengua y los adecua a su precaria “teoría” sin llegar nunca a consolidar un centro. Las disciplinas sociales en los últimos 20 años han ido modificando su discursos (atomizados en la dispersión) y se han relativizado ciertos argumentos hermenéuticos y, todo ello ha significado para el análisis de la literatura como texto, en un deterioro de las propuestas heurísticas que surgieron de la obra de Arguedas —en este caso— durante el siglo anterior; desde su clasificación como autor indigenista a un vuelco irremediable por ser una obra que requiere de todos los enfoques disciplinarios; pues su narrativa no sólo explica un periodo de la historia peruana sino el sinuoso proceso de una identidad para la cultura de la nación peruana.

¿Cómo se llega al sentido, cómo surge del lenguaje narrativo la estética de la identidad peruana en un siglo XX marcado por la superchería de los escenarios de ficción y por la simbolización del extremo semántico del objeto-Nación? Una de las posibles respuestas sería proyectar la hibridación cultural, transmitirla en el lenguaje, en su historia, en su imaginario y consolidarla a través de la escritura, en la misma entraña de la creación del discurso. José María Arguedas no ignoró ello ni dejó de atravesar los escenarios de la realidad del país. No hay que olvidar que su obra transcurre no sólo en la región andina sino que refleja contextos propios de la cultura occidental; es con las armas de la alteridad donde Arguedas encuentra su mejor nivel. Uno de los problemas de su narrativa —para todos los tiempos— es que experimentó y enfrentó a cierto etnocentrismo desfasado, producto de la época en que se elabora; en donde las diferencias entre sierra y costa; blancos e indios, Estado y Nación existen. Estas categorías —“invisibles” para los obtusos— sólo se enfrentaron desde la decadencia del discurso político y en sus carencias que impiden solucionar las indiferencias; una parte de ese drama está en novelas como El sexto, por ejemplo.

Evitar el diálogo cultural es el resultado de un determinismo cuya hegemonía nace en etapas fundacionales de la república del Perú. Mantener el discurso de las producciones de conocimiento como síntoma de una sociedad postcolonial se quiebra con José María Arguedas ya que su propuesta asume ese diálogo como infranqueable. Habíamos hablado antes de un problema en la narrativa de Arguedas; ésta radica también en su intento por construir una hegemonía de la cultura andina sobre la occidental en muchos casos y en fusionar las fronteras de la vida y la ficción; es allí donde radica su “arcaísmo”; y esto en el pensamiento de Vargas Llosa; pero su edificación como capital simbólico hoy es validada por la crítica porque Arguedas nunca aceptó como autor ni como antropólogo esas argucias y artilugios de “la historia oficial” que ocultó la esencia de la identidad peruana y en donde se ocultó el oprobio de la Colonia y la República incipiente mientras se discriminaba las conexiones con nuestro pasado “real”. Es decir, haber elegido el no lugar del sentido del Otro sitúa a su obra como posmoderna en las esferas de las ciencias sociales. El fenómeno literario que narró varía de una época a otra y de una condición visceral a una política y consciente. Ese derrotero es posible seguirlo en sus arquetipos que construye desde los primeros relatos que integraron su breve colección bajo el título Agua (1935), hasta los trágicos relatos de su última etapa donde se observa a un creador atormentado por una serie de traumas que lamentablemente impidieron una mejor resolución en la ficción literaria.

No en vano señala Arguedas que con él se cierra y se abre una etapa distinta para el Perú. Todas las sangres y El zorro de arriba y el zorro de abajo son el alegato perfecto de su videncia. Aunque ésta ultima sea un logro mayor pues enlazó su realidad y la realidad de la ficción; o en palabras simples; la vida y la literatura. Es una finta y un alarde contra los que creyeron que sólo existía la hegemonía de una cultura desde occidente y que ésta debería de perdurar sin alteraciones. (Esto en el sentido literario y político). Arguedas luchó contra esas imposturas culturales que escindieron al país al negar la diferencia de plano, sin dialogar con ella. La exquisitez verbal de Arguedas lo lleva a dominar los terrenos de la hibridación desde el lenguaje. Su propuesta es subversiva, es cierto, y aunque la cuestión política es algo que siempre se le reprocha, ésta debe de ser comprendida como parte de un proceso de nuestra historia contemporánea en donde el creador no fue indiferente a la realidad nacional. Arguedas fue un hombre de su tiempo; y, su trascendencia, crucial e innegable.

* Tomado del blog La boca del sapo.

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