2.4.12

MEMORIA DEL CENTRO


Interiores de la Biblioteca Municipal de Arequipa. Fuente: Diario El Pueblo.

Por Juan Yufra

Cuando en 1995 me asomé por primera vez a la Biblioteca Municipal de Arequipa, lo primero que me alejó de tales estructuras fueron los requisitos: recibo de luz, dinero y foto tamaño carné; es decir, todo. Y en realidad todo era infranqueable debido a mi condición de habitante-alquilado en esta tierra.

—Señora, me puede prestar un ratito su recibo de agua o luz para poder sacarle una copia, para, usted sabe, poder ir a la biblioteca y estudiar mejor…

No me veía en ese plan. Preferí “rutear” por otros lados. (Solo volvería a ese sitio definido en el siglo XXI).

Pero también recuerdo esa calle algo maleada, con putas, huacteros, choros, un cine crepuscular a media cuadra y algunos recintos esperanzadores donde compré mi primer libro (de segunda mano) en Arequipa: Poesía reunida de José Ruiz Rosas; luego le seguiría una joya: Mi Manuel de Adriana de Verneuil, esposa de Manuel González Prada y que atesoro en una caja de exiliado intermitente.

Por esa época también cayó en mis manos el libro de Luis A. Sánchez donde abordaba la vida de José Santos Chocano, es el famoso Aladino… que costó 10 lucas, casi una semana de alimentos para mí (La línea 20, incluso los ómnibus celestes de COTASPA cobraban 0.20 céntimos el pasaje; el menú estaba 2 soles, etc.); de este libro guardo una desoladora tristeza en mi memoria: lo vendí. Me lanzaron dos soles.

—Gracias, chochera.

—De nada, me contestó, el puta.

Hace algunos años atrás tuve que enfrentar esa calle de Ejercicios y entrar. Saqué mi carné de lector y no pude usarlo correctamente debido a que el susodicho local ingresó en un proceso de mejoramiento. Lo iban a remodelar. Pasaron meses mientras caducaba mi carné de lector virtual.

Ahora entro. Espero a la modernidad y que se manifieste, carajo. No es posible. Llevo años esperando sacar un libro.

Paredes pintadas, vidrios relucientes, piso nuevo. Llego al mostrador y encuentro unas caras antiguas, arrancadas de cualquier esquina de la calle Alto de la luna, la más vil de todas junto a Goyeneche y San Juan de Dios. Cuestiono. Me señalan con su dedo infeliz los mamotretos que contienen los ficheros de mi mala suerte. (Mismo GGM).

—Y tanto dinero en arreglar el baño, pintar la fachada y no han podido digitalizar esto —le digo al míster que pone los ojos en su periódico multicolor. Baja la mirada, ahora la lleva a un punto muerto del cielo raso y la deja allí por una eternidad. No es que me tenga miedo, no, no. Lo que pasa es que le llega al huevo mi indignación.

Me paso un ratazo buscando. Lo tomo como una experiencia “casi nuevaolera”, hasta creo que se dibuja en mi cara una sonrisa, pues en la Biblioteca de Humanidades de la San Agustín, se hacía lo mismo en el siglo pasado y valgan verdades, era un experto.

Así que manos a la obra. Observo las letras, las primeras sílabas que orientan al incauto… abro el ataúd de fichas amarillas. A ver, este puede ser. Anoto números, códigos de la granflauta. Pido ficha. Escribo. Que no hay, putamare. Reviento.

Estuve una semana soportando dicha precariedad de las emociones frente al arte de la escritura. Miro a los trabajadores y en sus caras solo veo la derrota de una vida consagrada a la miseria de la condición humana. Trato de comprender que no todos ven en un libro la luz o la libertad de un hombre. Pensar que en estos pasillos estuvo César Atahualpa Rodríguez, Alberto Guillén, Alberto Hidalgo, Guillermo Mercado, José Ruiz Rosas… y ahora el desencanto.

No solo acuso una irreverente desatención por parte de las autoridades en el manejo de este monumento en la historia cultural de la ciudad sino que el olvido ya linda con la estupidez y eso me ofende como lector y ciudadano. No se puede ingresar a un lugar consagrado al saber y ver caras destruidas por la monotonía, oír cuchicheos infames de circunstancias banales y sobre todo respirar el aire más enrarecido de la vida. En la Biblioteca Municipal de Arequipa no se puede respirar, carajo. Un sujeto con asma da unos pasos en ese lugar y se muere. Así de brava está la cosa.

Me acerco al señor alto, canoso y algo conchudo le digo:

—Y no han podido colocar un sistema de ventilación en este ambiente.

—Ya hemos pedido eso al alcalde y no nos hace caso— habla el condenado.

Saco Hotel del Cuzco de Pablo Guevara y Choza de Efraín Miranda. Pero eran libros que no quería. Buscaba Edad del Corazón de Hidalgo. —No está, señor.

El desconcierto es en todos los niveles.

—A esta biblioteca le hace falta un director que sepa leer, le digo.

Anoto ahora unos códigos medio pendejos F861.56018 / V19, leeré pues Grafía de José Gabriel Valdivia. —No está.

—Este tampoco está.

—¿Cuál?

—Este.

Miro la ficha: F869.56 / M36 El tambo rojas y otros poemas de Leandro Medina.

—Deben estar en el segundo piso. Todo lo que empieza con F son revistas, me adiestra el sujeto de la triste figura.

Subo. Me atiende una “cuatro ojos” que seguro morirá de una enfermedad extraña en los pulmones. Es insoportable el aire. Respirar allí cuesta la vida.

Entrego mi ficha desairada en el primer nivel y la mujer empieza con su escandaloso trabajo de buscar un texto que en su vida ha escuchado de él.

Un siglo después encuentra algo y dice: “¡Ah, son poemas!”, coge el pequeño formato como si fuera pescado malogrado y me lo lanza. Tanto para esto, piensa. Sé que lo piensa. A mí no me engaña.

Sí, señores, es El tambo rojas. No leo estos poemas desde que Leandro me los prestara un toque junto a Los muros de la ciudad que aún circulaba en fotocopias hace como cuchucientos años antes de Cristo.

Leo sus poemas y no puedo evitar recordar mi edad de piedra y al pata que una noche en el local de la ANEA, calle Rivero, 2do piso, año de 1995, leyó por primera vez mis versos. Fue quien me pidió unos poemas para la revista que la Casa del Poeta publicaba; su nombre: SABANCAYA. Formato artesanal. Fotocopia. Ver mis tres poemas aparecidos en 1996 fue lo máximo. Ese ejemplar no lo tengo. Debe ser el número 5 o 6. Uno de esos tres textos fue considerado en el último “Sabancaya”. Una especie de antología, su número fue el siete y trae unas palabras de José Gabriel Valdivia a manera de prefacio. Este poema: (El río cabalga / sobre los huesos del mundo / Mi cuerpo se descubre y piensa: —“Todo tiempo no vivido es mejor” / Cuánto daría por ver / a través del silencio) apertura la plaquette. Lo escribí para ese taller de dos personas en los altos de la ANEA, en un rinconcito, mientras Tito Cáceres y unas tías hablaban o hacían bulla impostando y tú eras director de la Cadelpo y yo quería ser poeta. Es decir, no sabía nada de nada.

Ya he sobrepasado el tiempo permitido en zonas devastadas o con riesgo radiactivo, ese olor a humedad y polillas me está restando minutos, horas… de vida. Devuelvo todo. Recibo mi carné. Salgo a la calle a respirar por fin O2.

Esta biblioteca merece un mejor trato. No es posible que un libro de 1884, la duodécima edición del Diccionario de la Lengua Española se encuentre para consulta sobre un atril, deshojado y con una letra Bodoni al aire libre. No jodan.

Por eso prefiero aislarme del centro. Cada vez que bajo al centro, en realidad bajo.

Cambiando de tema, una forma de recuperar las cosas, de fijar la poesía en el lugar exacto es leer los poemas de Leandro Medina, señores:

EL TAMBO ROJAS Y OTROS POEMAS

No muy lejos las luces
Ya nada parece haber quedado
Ni el sol ni las tardes
Nada
pero alguien juega
entre los muros de sillar
como un niño indeciso
Nada de nada
Y sin embargo está todo.

—————

Viejo tambo empedrado
No muy lejos
No muy lejos las luces avanzan
Viejo higueral del viejo tambo empedrado
No muy lejos las luces
No muy lejos de neón
Viejo caño del viejo higueral del viejo tambo empedrado
No muy lejos las luces avanzan
No muy lejos
Sin silencio silencio


* Tomado del blog La boca del sapo.

1 comentario:

Julio y Anngie dijo...

Julio me encantó tu artículo, excelente retrato de las bibliotecas públicas en el país, me emociono, me exalto, gramputeo como tú y contigo. Hermano, hay mucho por hacer, ojalá y te puedas unir a esta cruzada que hemos iniciado ciudadanos indignados como tú, esta vaina debe cambiar y pronto, sino nos vamos todos al carajo! Un abrazo. Julio Vega www.agendalecturalibro.blogspot.com

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