20.1.13

"DEL VERANO INCULTO" DE VLADIMIR HERRERA

Del verano inculto, impecable reedición de Cascahuesos y Laguna B.

Por Antonio Correa Losada

Celebro el encuentro con el poeta, editor y viajero obstinado, nacido en Lampa, Puno, Perú en 1950. Vladimir Herrera viene de la generación de los setenta, en su mayoría migrantes de provincia hacia las capitales y, como todos los de nuestra generación, nos formó el entusiasmo por lo político y la atracción por la literatura. Adolescentes que nos informábamos de la guerra que sostenía el pueblo vietnamita contra Estados Unidos hasta derrotarlo. Fuimos invadidos por las consignas de Mayo del 68 y en la edad adulta vimos caer el Muro de Berlín. Fuimos un mosaico de aspiraciones políticas, muchas veces frustradas pero siempre heroicas que impulsaron la América Latina que vivimos. En la literatura, su presencia en las últimas décadas en Hispanoamérica se está afianzando con vigor y continúa “pavoneándose por la vida”:

Los besos que en la verija tendrán
que olvidarse, como la lengua serán en sí
Recordados:
Unos cuartos de luna lucientes
Para la sandalia del agua más pura al pisar de
Dos ríos orondos las algas, la fiebre y el costado.

Una leyenda y un poeta real, embriagado, vital y enamorado que se movió a partir de los setenta, entre el Chile de Salvador Allende, los estertores del franquismo en Barcelona y ese continente que llamamos México en los últimos años. Ahora, viene del Cusco para entregarnos la nueva edición de su libro Del verano inculto, publicado por Cascahuesos Editores y Laguna Brechtiana.

Memoria y palabra traman la poesía de Vladimir Herrera:

Cárcel y río
Tosco alimento de las pinturas
Pobre granulación del tiempo
Como delicia de hélices
Himno en la fragua de los dientes

dice en su libro Poemas incorregibles, aparecido en España en Editorial Tusquets.

Cuando leemos en la selección de su poesía:

Espalda de luna inmaculada
De vuelta a casa
La enamorada
Cabeza grande
Lamiendo la niebla
del verso contra el verso

Nos hace presentir el retorno del amor.

Dentro del juego de las interpretaciones, los primeros versos citados alertan la imaginación y en una suerte de intercambio invierten lo que creímos que nos dijo y en nuestra cabeza retornan los ecos y la sensación del amor. Los segundos, descifran la poesía, y alternadamente juntos, no son otra cosa que pasión por el lenguaje, pues sin éste no hay mundo posible.

La verdad no es un código de la poesía. La certeza como propósito está descartado de la escritura poética, la verdad sólo se encarna cuando es apropiada por el lector. La poesía más que un género literario es una forma personal de hablar y de sentir. Las palabras con su poder de representación —sin ser el simple calco de la realidad— mineral o de sustancia, sudores, cuerpos, suspiro de amantes, partes del cuerpo, prendas femeninas, plantas o lugares, nos llevan a ensanchar los modos de sentir y aumenta la configuración del mundo que respira dentro de nosotros y a nuestro alrededor.

Toda escritura es por esencia libertad y sólo acepta ser subyugada por la pasión. Es esto de lo que nos habla Vladimir Herrera en su entrega con la poesía. Es la memoria que perfora el lenguaje para hacerla visible y es aquí donde nos confunde su aparente inconexión que no es otra cosa que mundo avasallante y vivo, con sus lazos de asombro que oprimen y liberan como la vida misma.

Mientras se hace luz en el espejo
Y se juega con los vellos del pubis

haciendo muecas riendo y recordando.

Al leer los poemas de Herrera, me pregunto ¿es la turbulencia invisible del azogue la que refleja nuestra mirada con una precisión que nos alcanza? O simplemente, es la memoria que se expande en palabras cifradas hace mover las cosas en oscuro delirio. A esto, nos convoca su poesía.

“En esto nos sorprende la muerte o nos hiere el amoroso deseo” dice Vladimir. En su poesía subyace la más alta tradición de la poesía peruana, que nos lleva a descubrir estaciones que restallan en la majestuosidad despiadada de los Andes: Moro, Westphalen, Adán, Eielson, Vallejo, Eguren. El poeta al acercarse a esas notables estaciones así como al esplendor del Barroco de Góngora y Lezama como lo muestra en su poética, nos hace partícipes de esa luz esplendente que acrecienta y enriquece el fluir poderoso de la lengua.

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